Por su interés, reproducimos el artículo del Rvdo. Juan Manuel Rodríguez de la Rosa invitando a todos los sacerdotes a oficiar la Santa Misa según el Vetus Ordo
http://adelantelafe.com/sacerdote-oficia-la-santa-misa-tradicional/
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Querido hermano sacerdote, anímate a oficiar la Santa Misa tradicional. Entonces te acercarás al Señor aún más, si cabe. Será el mismo Dios quien te muestre el camino del Calvario. Entenderás todo. Quizá no has recorrido el camino de Getsemaní al Calvario cuando sales de la Sacristía. La Santa Misa tradicional te ayudará a recorrerlo. Te enseñará el camino que siguió el Señor. Sólo en el Calvario podemos vivir nuestro sacerdocio.
Puede que seas algo “flojo”, poco decidido, quizá una persona cohibida. La Santa Misa hará de ti un verdadero atleta de Cristo, porque al levantar la Sagrada Hostia caerá la Preciosísima Sangre de Cristo por tus manos hasta llenar el sagrado Cáliz. ¡Qué grandezas vivirás en esta Santa Misa! En la que sólo estás mirando hacia Dios, en la que todo tu ser está en Dios, porque todo tú eres el mismo Cristo.
Entenderás por qué nuestra Santa Madre Iglesia tiene un solo idioma, que es el latín. Entenderás que con este idioma no hay barreras, y las que pueda haber se superan. Irás a cualquier lugar del mundo con la Santa Misa tradicional, sin importante el idioma local. Llegarás a todas las almas del mundo. Podrás ir a cualquier parte a convertir almas. Sólo con eso es más que suficiente para animarte a aprenderla y a oficiarla.
El latín nos enseña que estamos ante el misterio de nuestra fe, ante el cual hemos de postrarnos en adoración por su infinitud. Un misterio que se nos ha dado, que no nos pertenece. Cuya comprensión no es a modo de cómo se comprenden las cosas del mundo. Pretender comprender este misterio a la forma humana es un gravísimo error. El entendimiento del misterio es sólo con anonadamiento de la persona ante la omnipotencia de Dios y ante Su infinito Amor, y la extrema gravedad del pecado del hombre que motivó la obra de Redención en la Cruz. Hay que recuperar la intimidad del alma que se recoge ante el Santo Sacrificio, porque es recuperar la intimidad con nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. Sólo esa unión rescatará al alma del mundo, y llevándola al Calvario Él la sanará de sus pecados y la introducirá en Su Sagrado Corazón.
El sacerdote que no va al Calvario no está completo. El que sí va es otro Cristo. Ya se siente con fuerzas para todo. Es el cirineo que ayuda al Señor camino de la Cruz. Es el sacerdote que oficia la Santa Misa tradicional, no el que le sigue tirando piedras por la espalda a nuestro Señor.
Todos lo que observan al Señor subir a la Cruz son los que van a la Santa Misa tradicional. Le están observando. El sacerdote se transforma y descubre que ya no es él mismo, sino el Señor. Hasta ahora era él mismo. Pero en la Santa Misa tradicional es el Señor quien lo dice todo. El sacerdote es otro Cristo para las almas. Ya perdió su identidad para asumir la del Señor; por esta razón ya no dirá nunca más las ocurrencias que tenga, ni hará nunca más nada para congraciarse con los fieles; ya no improvisará nada en el Santo Sacrificio. Ya al ser otro Cristo hará lo que la Santa Iglesia quiere que haga.
Con la Santa Misa tradicional, el sacerdote pierde su identidad de hombre, de ser uno más como los demás, para asumir la del Señor; un reflejo de Dios, más puro, más limpio. Cuando el sacerdote inicia el camino de la Santa Misa tradicional ya no tiene vuelta atrás. El mismo Señor lo despoja de la mundanidad que traía, de sus aficiones puramente materiales, de su carnalidad, y lo va transformando en sacerdote de Cristo. Deja de ser hombre para ser sacerdote. Las renuncias a las que nos somete el Señor cuestan, pero las premia abundantemente.
El sacerdote al vivir plenamente la Santa Misa tradicional empieza a renunciar, porque le indica, con total claridad, el camino de santidad sacerdotal, es decir, el camino de renuncia al pecado, a la carne, a la sensualidad, a todo lo que le tenía atado. El sacerdote que vive la Santa Misa tradicional bien podrá decir cuando llegue el momento: Me desprendí del hombre y me vestí de gracia. Llegado este momento, el sacerdote, ya no quiere saber nada más, sólo ir hacia delante; y sólo llegará a pensar en el momento en que llegue la siguiente Santa Misa. Terminando en vivir el día entero en la Santa Misa.
Todo el día lo vivirás en el Calvario, sin querer salir de él, y deseando únicamente salvar almas. Porque únicamente desde el Calvario la Santa Iglesia llega a las almas, a la profundidad del alma de cada fiel. Contemplando la Cruz del Señor, Su sagrada espalda lacerada por los latigazos, el sacerdote llega a lo recóndito del alma pecadora, del alma verdaderamente herida por su pecado. Porque éstas son las verdaderas almas heridas. Y al poder llegar a ellas, el sacerdote puede sanarlas, limpiarlas, santificarlas y prepararlas para el Cielo.
Antes tenías mucha prisa para todas las cosas de la tierra. Ahora todo cambia, ya no hay prisas, sólo salvar almas. Dulce carga por el Señor. El camino sigue y hemos de seguir renunciando. En esta Santa Misa aprendemos a renunciar, empezando por nuestro capricho en el vestir, a él renunciamos Aprendemos a renunciar a nuestro propio yo. En la Santa Misa tradicional no se acorta el tiempo, porque el tiempo siempre es el mismo. Todo en ella transcurre siempre igual. Es la unicidad del Santo Sacrificio. Porque sólo es uno. Por esta razón es universal, sin barreras, único y siempre igual y siempre vivo. Es el Calvario.
Querido hermano sacerdote, la respuesta a tu sacerdocio está en la Santa Misa tradicional. Ella nos hace decir: Soy un sacerdote, no un hombre.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa